Vidas de Santos
Credo quia absurdum
12 febrero 2016
03 febrero 2016
LA REGLA, REVISITADA
(En 2004, publiqué este texto en el Nº 31 de Mondo Brutto, el Especial Punk. Todos nos comprometimos a escribir artículos de no más de tres páginas para seguir el espíritu. Este es uno de mis favoritos, y veo que, 12 años después, ya se ha como normalizado hablar de este tema en revistas de tendencias para la juventud).
SANGRE Y ÓVULOS.
LA REGLA, REVISITADA.
Los aficionados a la cultura popular
coinciden en ser Grandes Maestros de temáticas adolescentes. La disciplina (¿)
que estudia y disecciona los humores, secreciones y excrecencias del cuerpo humano
es una de las más celebradas por la mayoría de estas personas, por lo del
retardo emocional y la incapacidad de superar la fase anal de conducta.
Internet tampoco ha ayudado a mejorar esta deficiencia. Se pueden visitar
millones de sitios, desde Carolina del Norte al cinturón de Parla, repletos de
bromas, películas, poemas, tebeos sobre el moco, el grano, el esperma, el
cerumen, la caca, el sudor… y cosas mucho más raras. Pero hay un fluido que,
pese a tener todos los ingredientes para ser el más popular por su belleza
plástica y el más chistoso, al estar íntimamente unido con las funciones
reproductoras, apenas sale en ningún sitio y cuando lo hace, es como asunto de
enfermos. Sí, la sangre mezclada con los restos de la ovulación, fuera del
contexto de los efectos especiales y las películas de vampiros, increíblemente
no es plato de gusto para el aficionado estándar. Se recomienda la visita al Museo de la Menstruación, portal dedicado a todo lo relacionado con el fenómeno, desde una óptica
masculina ciertamente tensa y sudorosa (www.mum.org). También hay páginas porno
donde se pueden admirar pics de señoritas insertándose tampones en posturas
lascivas, y algunos lugares donde se venera, desde un pornogótico semifino, las
maravillas de los apósitos y compresas ensangrentadas, pero casi parece algo de
fetichismo extremo, más para personas de gustos extraños (“Mmmmm, me gusta el `ketchup´
con las patatas fritas”), que para el consumidor habitual de estos
productos.
El menstruo es el gran desconocido, el
fluido más injustamente tratado, relegado a la clandestinidad por los mismos
que se mueren de risa con los chistes escatológicos de “South Park”. Este desprecio de la menstruación lo convierte en el
fenómeno corporal humano más underground, si exceptuamos, claro está,
enfermedades como el cáncer y el SIDA, y las campañas publicitarias empeñadas
en convertirlo en lo que no es ni puede ser, porque además es imposible. La
regla es un proceso de eliminación de residuos, pero más asqueroso y desagradable
a los ojos masculinos que la más horrenda de las deposiciones. Siempre me he
preguntado las razones de este olvido y no logro explicármelo, salvo si recurro
a las teorías del tabú, el miedo a las mujeres y el extraordinario machismo en esta
fase de cosificación femenina, que rodea a la cultura pop desde los
ultraconservadores noventa. Pero como estas páginas están dedicadas al punk,
lugar y época donde las mujeres, por primera y casi última vez, consiguieron
estar peer to peer con sus compañeros, pues hablemos de óvulos no fertilizados.
Seguro que nunca han visto a una mujer ir al
baño de un bar o restaurante con un tampón o compresa en la mano, así como
quien va con un cubata, el cigarrito o la papelina de droga. Se va cargada con
el bolso, porque además de los reparos higiénicos hacia los baños, las mujeres
sabemos que eso da auténtica repulsión a los demás, incluso a las otras
mujeres. Existe una obsesión enfermiza
por evitar el más leve olor a sangre, y mucha gente aún considera que la regla
es como una especie de letra escarlata en la frente, un momento maldito en el
que la mujer se convierte en intocable, una Carrie de S. King que no
sólo puede agriar la leche o estropear la comida sino traer la desgracia a
quien se cruce en su camino. Mi abuela reprendía a mi madre por permitir que me
bañara en casa, ya no digamos en la piscina, mientras seguía utilizando,
entrados los años ochenta y ante la bronca general de sus hijas, unos paños
blancos que lavaba con lejía en el más absoluto de los secretos.
La regla hace a la mujer un ser sucio e
indigno. Jesucristo abronca a sus discípulos porque una mujer que padece de
metrorragia le toca, y se supone que por culpa de eso le quita parte de su
poder omnipotente, aunque luego la caprichosa y enigmática superestrella lo
arregla curando a la señora de su enfermedad. Del fluido menstrual, durante
siglos se dijo que poseía un fuerte veneno, la llamada menotoxina, que era
capaz de fulminar rebaños enteros de ganado con sus pastores y aparceros
incluidos. Entre estas consideraciones
del pasado, que aunque sean muy del pasado, permanecen fuertemente enraizadas
en el inconsciente colectivo, (busquen en su interior y hallarán la verdad,
ellas y ellos), se ha querido ir al otro
extremo del tratamiento, en cuanto a propaganda y promociones de productos
“para esos días”, aprovechando el boom de las señoras como consumidoras de
primera clase. Una imaginaria y muy sui generis vindicación femenina desde el
espectro neoliberal más repugnante se utiliza para vender cositas exclusivas
para la mujer y su universo: podemos contemplar a la Chica Agresiva, a la Mujer
Trabajadora pero Arreglada, la cual, mientras pilota un cohete o se tira en
paracaídas, se depila la ingle con una maquinilla ultra-tech. Y que, a simple
vista, parece siempre la misma persona, pero no por la cosa de la
uniformización ultrajante de las mujeres, sino por lo guapa y requetebonita que
sale en las fotos. Ahora parece que gracias a los adelantos de la ciencia, con
una compresa "ultra dry"
de capas de absorción de flujo de color azul
(¿azul?, pero estas cosas, ¿para quiénes van dirigidas? ¿Para seres
femeninos de otra galaxia?), la mujer va y sale a la calle como unas
campanillas, alegre y feliz de estar chorreando. Como en mi favorito, el
anuncio donde una tía como etérea y semiflotando salía de compras y, mientras
veía escaparates, concretamente unos zapatos carísimos, ni se acordaba que
tenía el mes y estaba orgullosa de su condición de portadora de compresas con
alas y de consumidora de zapatos. O sea, de mujer. De guapa mujer consumidora
de cosas caras, que es lo que define a una mujer moderna como debe ser, y no de
otra manera. Otra campaña muy señalada fue la de aquellas niñas ligeras,
primorosas, vestidas como de Agatha Ruiz
de la Prada, en un bosque de cuento; así, sin bichos, ni barro, donde se
preguntaban, entre risas, saltitos y cuchicheos, a qué olían las cosas que no
se pueden oler, dando a entender que una tía con la regla se pone una compresa EVAX absorbeolores y ya está, tan
limpita. Vamos, como si además de para la regla, pudieran servir también como
ambientador para el coche. Por no hablar del precio de estos artículos, que más
se parecen al de un cosmético que al de un objeto de droguería o medicamento de
uso frecuente. Más de una revuelta social han provocado los impuestos sobre
compresas y tampones, como aquel motín de hace pocos años en Australia contra
la subida de precios de estos productos, que encabezaron Las Vengadoras
Sangrientas, vestidas con capas rojas, quienes empapelaron con apósitos
higiénicos el edificio del gobierno y sostenían pancartas con la leyenda “Yo Sangro, Yo Voto”…
A mí nunca se me apareció una
señora-metáfora de la regla, ni yo la vacilé con chulería, cuando quiso
celebrar una fiesta y tirar confetti, como en el anuncio. Aunque estuve
esperando con ansia, no he padecido aún el SST,
una enfermedad impresionante con la que se amenaza al usar Tampax… Tampoco me sentí diferente, como en el spot estilo Summers de tampones Amira, “Ya soy Mujer” (¿qué somos antes? ¿Hermafroditas? ¿Seres de Ummo? Simone de Beauvoir tenía una bonita teoría sobre este cambio
espectacular de niña a mujer por unos decilitros de sangre, de la supuesta “a
la felicidad de la fémina por el flujo”, en cuanto se desencadena la
menarquía). Nunca pensé que fuera de buen rollo, ni limpio, ni moderno, llevar
compresas, así como tampoco entendía lo de aquella campaña de los tampones en
los que una pija salía montando a caballo, por obvias razones. Lo que recuerdo son aquellas angustiosas
mañanas en el colegio, sintiendo cómo se empapaba la falda del uniforme,
anudándome el jersei a la cintura y corriendo hacia casa con la sangre
resbalando por las piernas. O una vez, ya de jovencita, poniendo un servicio
del Wendy de Plaza España pringado de
sangre y aireando las bragas y la falda en el secador de manos, tras haberlas
lavado. Recuerdo el cursillo sobre la regla que nos dieron en el colegio, a
cargo de la empresa O.B., y cómo nos
daban muestras de prototampones, ante la rotura de las monjas, cuando las simpáticas
comerciales aseguraban, diciéndolo muchas veces, una y otra vez, que “usar tampones no significaba que una niña
perdiera la virginidad”, ante las risas nerviosas y culpables de las de 7º
y 8º. Si cierro los ojos, aún veo cómo un tampón de alguna de mis amigas iba a
parar a un plato de patatas bravas, siendo mojado en la salsa y lanzado al
pinball del bar La Cresta, donde
jugaban unos macarras, que casi se echan a llorar del susto. A más de uno y a
más de dos conocidos he visto yo hacer el indio con unos tampones a modo de
pendientes, fabricándose una falda con compresas para Carnaval, quizá para
ahuyentar el miedo que les provoca este proceso. Ya saben, el mecanismo
primitivo de conjurar el Mal con una fiesta, el “quien canta, su mal espanta”
(en la web del Museo de la Menstruación hay muchos ejemplos de esto que les
cuento, del estilo del bandarra que se pone unas tetas de plástico, etc.). O
todos esos chistes chuscos sobre compresas con alas y demás (“¿Qué se hace con los tampones usados?
Chicle para vampiros…”). Quizá pocos de estos cachondos saben que el
apetito sexual femenino (que es una cosa que existe) se sensibiliza mucho
durante esos días. Sí, es una apreciación subjetiva, pero corroborada por otros
testimonios. Como el de una pariente, que de pequeña acostumbraba a pegar sus
tampones – usados – contra el techo de la cocina de la abuela, en una
interpretación punk y bárbara de las pelotillas de papel que los críos lanzan y
pegan contra el techo de la clase…
Junto a las excelencias de
pasar los días del periodo flotando entre compresas, risas, novios gilipollas
que te miman con una tableta de chocolate y tampones high tech, se lleva mucho
una campaña soterrada de meter miedo a las mujeres: si ahora ya es un poco más
difícil con lo del castigo divino y la impureza, en su lugar, se hace con la
ciencia: de repente, se han inventado una cosa llamada SPM, o sea, “Síndrome
Premenstrual”, que consiste en hacer culpable a la regla de todos los
desórdenes emocionales y físicos que una mujer padece a lo largo de cada mes, o
sea, de su vida cotidiana: desde crisis de ansiedad a retención de líquidos. Si
bien, parte de estos síntomas (la hinchazón, dolor de riñones, mal humor, etc.)
son comunes a casi todas las mujeres durante la regla, una no sabe hasta qué
punto no serán sino la consecuencia, pero no el cuadro clínico de una especie
de enfermedad mental misteriosa que intenta convertir otra vez a la mujer en la
histérica de los tiempos antiguos. Porque, y esto es lo más grande, las
autoridades médicas ya han decidido que lo mejor para que una chica pase mejor
su síndrome, su menstruación y su post síndrome, es tomar unas pastillitas de Sarafem (atención al nombre) que no es,
ni más ni menos, que nuestro viejo amigo el bloody Prozac (perdón por el chiste). Lástima que el prozac curalotodo no sirva para
nada, y mucho menos cuando una tiene una disfunción horrible que hace que la
regla sea como si te estuvieran apuñalando durante horas en la tripa, te den
calambres y no puedas andar. O se junte una diarrea galopante con el sangrado,
y al final te tengan que hacer una histeroscopia y hurgarte con un microscopio
escáner dotado de pinzas, para arrancarte pólipos o quistes de formas
caprichosas, mientras tú lo estás viendo todo.
En el mundo occidental donde se
necesitan mujeres guapas, delgadas y ricas, la menstruación comienza a ser una
molestia. Ya no sólo para los hombres, que lo ven horrible, sino para las
propias mujeres, convencidas de que es una pérdida de tiempo tener que
preocuparse de sangrar desde los once o doce años hasta los cincuenta, aproximadamente.
Yo estoy segura de que existen personas como Britney Spears, y una lista selecta de modelos y actrices a quienes
han suprimido, por ingeniería médica, sus periodos. Una amenorrea para pijas y
supermujeres, que debe estar a punto de comercializarse a nivel masivo, para
que así, cualquier triunfadora y con ganas de darlo todo, pueda prescindir de
semejante pringue, con una operación indolora en su clínica de belleza
habitual. En el resto de los casos, la menopausia y sus vistosos efectos sigue
siendo la única solución, (así ahora ya se pueden seguir utilizando, hasta que
te mueras, las compresas gigantes de Tena
Lady, o el pañal para viejas). O, y esta es la que más me gusta, cuando te
suelta tu madre o alguna amiga o amigo, “Pero
esto se te pasa enseguida en cuanto te quedes embarazada. Ya veras qué bien,
todos los males de la regla se acabaron. Bueno, a lo mejor te salen almorranas,
y tienes que estar sentada en un flotador un tiempo, pero ya se te pasó lo peor, Y además, eso es lo que tienes que hacer”. Lo
del milagro, la maravilla, lo bueno, lo extraordinario, lo que te aporta como
ser humano y como adulto, y toda esa mierda de la maternidad quizá mejor lo
dejo para otro número. Como una artista underground le contestó a un
cantamañanas del rock, cuando éste le preguntó que cuándo iban a tener hijos: “Cuando, tú, motherfucker, quieras cagar una
sandía”. Pero esto ya no es un tema punk. Dios maldijo a la mujer con el
parto, pero no con la regla. If you want blood…
you got it.
26 enero 2016
APUNTES SOBRE EL SUICIDIO
APUNTES SOBRE EL SUICIDIO
Simon Critchley, (Alpha Decay, 2016)
Siempre he defendido el suicidio como un acto de libre elección, el único realmente libre que tiene el ser humano. Existen muchos argumentos en contra, alguno de ellos a simple vista insalvables, como la responsabilidad ética para consigo mismo y los demás; otros impuestos por la fuerza externa de la ley o el dogma religioso. Hay explicaciones médicas y psiquiátricas que se esfuerzan por delimitar a los suicidas en el campo de la enfermedad, lo cual es tan hipócrita como acusarlos de no ser suficientemente racionales para darse cuenta de las consecuencias de sus acciones.
Todos estos argumentos son analizados por el catedrático de filosofía Simon Critchley (autor del libro "Historia de los filósofos muertos", Taurus, 2008), en este ensayo en el que aporta una visión de conjunto sobre el suicidio y el temor que experimentan las sociedades sobre este fenómeno. Sin entrar en demasiados ejemplos de los suicidas más célebres, el autor enuncia una serie de textos en los que se ha defendido el suicidio en tiempos muy oscuros. Además de recordar a los filósofos grecorromanos, y de puntualizar que hechos como el sacrificio político o religioso no son más que meros suicidios (Jesucristo incluido), destaca obras de la Edad Moderna que se atrevieron a desafiar a la Iglesia y el Estado: Una disertación filosófica sobre la muerte (1732), del pensador italiano Radicati di Passerano, que se vio duramente perseguido.
No puede faltar un clásico de los libros prohibidos de la Ilustración, el anónimo "Tratado de los tres impostores", un duro panfleto en el que se afirma que la Humanidad ha estado sometida al miedo de vivir y morir por culpa de las tres religiones mayoritarias y la manipulación de sus respectivas iglesias.
Biathanatos, fue escrito por uno de los más grandes poetas de la historia de la literatura, John Donne, en el que defiende el derecho a morir. Por último, se incluye la argumentación del filósofo David Hume, a favor del suicidio como epílogo del ensayo.
Critchley no defiende un existencialismo espiritual ni hace apología de la propia muerte. Lo valioso del texto es que, tras debatir pros y contras de los argumentos presentados, - paseos por Camus, Woolf, Cioran y Blanchot (1), y siempre defendiendo la libertad individual, plantea un acuerdo ético próximo a los postulados de la filosofía de Lévinas: en caso de plantearse la decisión del suicidio, quizá sería interesante abordar la existencia lejos de un abismo sin fondo. En su lugar enfrentarla como la posibilidad de darse al otro para cumplir el deseo de totalidad y entonces encontrar quizá un sentido. Como diría otro autor, en otra época y contexto, "El amor bajo la voluntad".
(1) Estoy releyendo Thomas el oscuro, y la verdad es que se me hace difícil compaginar un pensamiento optimista con los argumentos del ensayo.
05 octubre 2015
EDVARD MUNCH, EL CIELO SE ESTÁ VINIENDO ABAJO
El Museo Thyssen recibe la primera exposición de Munch desde la de los ochenta:
http://www.museothyssen.org/thyssen/ficha_artista/425
Este es un fragmento de mi artículo sobre el pintor, que publiqué en MB Nº 33:
NOCHE ETERNA Y PASIÓN
"Mi arte está enraizado en una única
reflexión: ¿Por qué no soy como los demás? ¿Por qué había una maldición en mi
casa? ¿Por qué vine a este mundo sin elección alguna? Mi arte da sentido a mi
vida".
El
artista.
"Él pinta cosas, o más bien las ve, de forma
diferente al resto de los artistas. Él sólo ve lo que es esencial y no es
necesario decir que eso es también lo que pinta… Esto es lo que le pone a Munch
un paso más allá de su generación, simplemente, sabía cómo reflejar lo que
sentía…".
André
Breton.
Un hombre de
físico y psique frágil. Melancolía, síndrome neurótico-depresivo, fobia social,
agorafobia. Trastornos de la personalidad. Alcoholismo. Criado en un ambiente
muy religioso. Incomprensión social. Un
artista hipersensible que intenta dar salida a semejante panorama: ese es
Munch. Y estos son sus cuadros.
Como pintor,
Munch es un Maestro. Único por su dominio de la técnica. Único por sus temas.
No es el pintor que va superando etapas y cambia de estilo
constantemente, quizá en un afán de alcanzar lo inalcanzable o de ser más
famoso. Los temas de Munch son siempre los mismos. La actitud,
exacta y uniforme. Y a la hora de pintar, un virtuoso.
Además de lo
apesadumbrado de su conflictivo yo, Munch se debate en un duelo por recoger
también la luz mágica del mundo nórdico. Su pintura es reflejo del
ritmo cósmico, de la alternancia del solsticio de verano/ solsticio de
invierno, día/noche, cuerpo/alma. No hay etapas o cambios de estilo, ni giros
bruscos en esta obra, son más de sesenta años pintando una compleja personalidad, con una marca única y prodigiosa.
Los temas se
repiten de manera imperturbable. También hay repeticiones del mismo cuadro o
motivo. En realidad, todo el corpus de su obra puede titularse "El Friso de la Vida", unas veces
absoluta expresión de ansiedad (como en La Danza de la Vida, un tema recurrente
en otros contemporáneos suyos como Mahler
o Bergman), otras de un pathos más enternecido por la propia pesadumbre.
"La gente se va a dar cuenta de que es algo
casi sagrado y se va a quitar el sombrero como si estuviera en una iglesia".
Munch no se
ve a sí mismo como un héroe romántico, extravagante iluminado, rompe moldes
o fenómeno de la vanguardia: es, como artista, un testigo espiritual del sentido de la vida. Pero tampoco hay autocompasión en
este trabajo, nada más lejos de la autoconmiseración que los escritos
autobiográficos y su posterior plasmación en pintura.
El escritor
Octavio Paz habla sobre Munch en su artículo "La Dama y el
Esqueleto", aludiendo a los dos temas casi únicos en la obra: Amor y
Muerte. Expresa, como nos ha pasado a todos los que hemos visto sus cuadros,
esa atracción irresistible hacia el abismo. Los hombres antiguos se habrían
muerto del susto, pero los cansados y decadentes humanos de hoy nos vemos
como en un espejo, se nos abre una grieta desde la boca hasta las entrañas más
profundas. "La unidad de su estilo
fue el resultado de una fatalidad personal: no una elección estética, sino un
destino. Pero un destino libremente aceptado". Como un profeta o
apóstol.
Que la
enorme producción de Munch sea uniforme y coherente, repetitiva incluso, no
significa en absoluto que Munch tuviera poca pericia a la hora de pintar. Todo
lo contrario, si sus temas son recurrentes, las técnicas en las que se muestran
son muy variadas y realizadas con un gran dominio. ¿Han estado cerca de algún
cuadro suyo? Yo vi algunos en una exposición en los ochenta en Madrid, y
resultaban impresionantes: los trazos habían sido elaborados tan
minuciosamente, que una capa gruesa de pintura sobresalía del plano del lienzo.
Retoques de color, bordes repetidos enfermizamente, trazos vigorosos, toda la
fuerza que no poseía en la vida diaria, el débil y achacoso Munch la vaciaba en
sus pinturas. Son pinturas poderosas, que provocan reacciones sinestésicas, que miran en el interior de un ser humano
desarmado por el Amor, la Soledad y la Muerte. Conceptos antiguos,
viejos, feos incluso, que han dejado de ser importantes.
Una de sus
primeras obras, "La Niña Enferma",
es como una fotografía "psíquica" de la muerte de su hermana. Por
aquella época estaba muy de moda pintar
cuadros con gente enferma en una cama. El otro cuadro, muy parecido, "Muerte en la Alcoba", tiene a toda la familia Munch retratada, pero
en la fecha de la pintura, no cuando Sophie murió, como si la Parca hubiese
permanecido entre ellos, y estos se hubiesen quedado suspendidos, congelados,
por el dolor. El muro verde del fondo, que simboliza la enfermedad (lo verde
tiene en muchas ocasiones ese sentido de muerte o desgracia). Las líneas naranjas
que reflejan la escena como si fuera una imagen teatral. Y las líneas negras y
grises, mezcladas con los colores chillones, la tensión y la ansiedad...
El tema
resumen de estos asuntos tan poco de actualidad es uno todavía más lejano en la
Historia y el Tiempo: simplemente, El Hombre, enajenado, exaltado o abatido.
Siempre "Bajo la Rueda"
(qué munchiana es esa novela). Arriba o Abajo. El determinismo biológico de la
época sustenta esa idea de la predestinación, unida a unos problemas
espirituales muy de su tierra. Esa infancia marcada por la muerte y la locura,
su creencia supersticiosa en la herencia por las mismas razones, la sombra de Romanovich Raskolnikov, el alcoholismo
galopante ("El Día Después"),
los amores crueles, el pesimismo de Strindberg, la comprensión profunda,
reverencial y optimista de la naturaleza (los paisajes, los niños, las mujeres,
en cierto sentido) y el horror y pavor a la civilización y al ser humano. La
obra sería un compendio imposible - en otro caso que no fuera Munch -, de
Realismo (Simbolismo), Transrealidad (Expresionismo) y Surrealismo, que también
está presente, en esos cuadros nocturnos, sobre sueño, angustia, muerte y
erotismo.
En la Rueda,
entre la vida y la muerte, también está el dualismo Hombre-Mujer. Aquí la Mujer
siempre gana, porque es capaz de dar vida y de matar (bien sentimental o
realmente) a su compañero. Un Amor y un concepto de las relaciones amorosas y
del objeto amado, siniestro/gótico, diría yo. Las mujeres de Munch, las que
vemos en Rose y Amelie, en la Vampira, la niña de Pubertad, la mujer de La Voz
o las Madonnas, siempre guardan el mito de las malas, la femme fatal, Lilith o
Salomé: la "belle dame sans merci", un ser inaccesible, poderoso,
cruel y perverso. Sólo hay que ver en el borde de los grabados de las Madonnas,
esos ridículos espermatozoides, y el homúnculo que no puede entrar en el
círculo que delimitan los cabellos encrespados de la señora que está como en
trance y a punto de sacar los colmillos.
El hombre de
Munch, él mismo, siempre es una víctima, sea de una Arpía, de sus
congéneres, o de sí mismo. Y sobre todo, siempre está más solo que la una. Sus
múltiples autorretratos, muestra de vanidad, pero también de castigo, dan fe de
ello, de su aislamiento, su continuo autojuicio y severa disección espiritual
(en uno de los primeros autorretratos, se llegó a pintar simulando una
calavera, dando a entender que posiblemente sería el primero, y el último). Los
de sus últimos años resultan especialmente crueles, porque el pintor no
escatima en medios para reflejar su deterioro físico.
Es uno de
los primeros, si no el primero, en plasmar la enajenación del hombre en las
ciudades modernas. Se ve además cómo este hecho le va afectando, por ejemplo,
en las dos variaciones de su cuadro de la calle Karl Johan, hechos uno antes y
el otro después de la muerte de su padre: mientras que el primero ("Día de
Primavera en Karl Johan") parece hasta amable, podría haber sido firmado
perfectamente por cualquier impresionista francés, el segundo, la gente que
sale ya ni es feliz ni sonríe. Van en dirección contraria a la figura que
representa al propio Munch, que se ve a sí mismo como un outsider de finales
del siglo XIX. Ahora son máscaras oscuras que miran al espectador con gesto
siniestro, bajo un cielo que da pavor. El miedo a la masa en la gran ciudad,
esa masa que te escudriña, pero sin verte siquiera. La idea de esta segunda
pintura le vino, cuando, caminando por ese lugar en medio de una turbamulta de
paseantes, vio a una mujer que caminaba directamente hacia él, pero que después
pasó a su lado de largo. "Me sentí
tan solo. Me sentía como si la gente me mirara, todas esas caras extrañas,
pálidas en la luz nocturna". Ni Hopper
transmite tanto desespero.
Munch quiere
reflejar su espíritu y sus tormentos; es como Austin Spare. Pero coincide en el
anti-realismo, en un No-Realismo que opta por la visión del sueño, o más bien
de las pesadillas, hacia la realidad. También se parece un poco a los dibujos
(y grabados, sobre todo) de William
Blake. Como ellos, Munch es un "pintor anímico" o
"psíquico", que suele pintar su infierno interior, a diferencia de
Spare, que quiere pintar el de verdad. Pero los dos intentan reflejar con el
color y las líneas las zonas más profundas de la psique. "La cámara fotográfica no podrá competir con
el pincel y la paleta, mientras no pueda utilizarse en el cielo y en el
infierno". Yo ya no estoy tan segura de esta afirmación…
Final
inesperado. La obra de Munch tiene ese sentido radicalmente oscuro, hasta
aproximadamente, cuando el pintor cumple los 45 y consigue salir un poco de la
depresión crónica. Cuando Munch abandona el alcohol, se encierra a pintar y
deja de atormentarse con las mujeres, sus cuadros adquieren paulatinamente
mayor vitalidad y un pequeño optimismo. A medida que pasan los años y el siglo
XX casi llega a su mitad con él, hay más paisajes fulgurantes, más retratos
humanizados y un empleo alegre del color y el movimiento, posiblemente influido
por el cine. Cuando el arte ha llegado a su máxima defragmentación, Munch, que
ha inventado todo eso mucho antes, vuelve al realismo. Es algo similar, aunque
no tan extremo, como el proceso vital-artístico del francés Odilon Redon: de pintar ojos gigantes y
arañas aterradoras con caritas humanas, acaba de anciano haciendo murales
dedicados al sol. Pues igual. Por suerte, en la vejez, Munch se reconcilió - un
poco - consigo mismo.
"Munch supo, ejemplarmente, utilizar la
lección de Gauguin, en un sentido muy distinto al fauvinismo… Fiel al estilo de
las grandes interrogaciones que marcan sobre las obras de Gauguin y de Van
Gogh, nos precipitó en el espectáculo de la vida, en todo lo que este ofrece de
locura y perdición"
(André
Breton).
Las
influencias artísticas del noruego son claras: la poesía y el arte simbolista
(retrato de Mallarmé), la literatura de Dostoievski (la serie La Ruleta es un homenaje al loco
Fiodor). Leyó, lógicamente, a Kierkegaard,
admiró a Ibsen (hizo carteles para Hedda Glaber, Pierre Gynt y Juan Gabriel
Borkman). También le marcó el pensamiento anarquista. Tiene muchos y muy
profundos paralelismos con los grandes pintores simbolistas, como Arnold Böcklin, Khnopff, Moreau, Félicien Rops (y sus desvaríos del lado
oscuro), o James Ensor (y sus
esqueletos). Sin embargo, ninguno de ellos se atrevió a plasmar tanto en sus
cuadros su propio yo, su vida y sus tribulaciones, como hizo él. Munch utiliza
una serie de elementos simbólicos de forma constante, y todo da a entender que
no fueron buscados a propósito, sino que nacen simplemente de la intuición (o
del inconsciente) a la hora de pintar: el reflejo de la luna sobre el agua, la
línea del horizonte en el mar, las mujeres vestidas en blanco, rojo o negro, y
sobre todo, la peculiar mancha de sombra que envuelve a todos los personajes,
una sombra negra informe y amenazadora.
Como un
tebeo, muchas veces, un rostro en primer plano, casi siempre alucinado o
expectante, que o es el propio rostro de Munch o el de un tipo que parece el Cesare de Caligari, mira al espectador, mientras la escena se desarrolla en
un plano posterior, como si ésta fuera el bocadillo que representa su
pensamiento. O su alucinación, más bien.
En los momentos más críticos, hay varios cuadros donde salen dos figuras, una
que camina dirección al espectador, la otra de espaldas, hacia el fondo del
cuadro, como si el artista se estuviera volviendo esquizofrénico.
Un arte, por tanto, esencial y primitivo:
"No le hace falta viajar a Tahití
para ver y experimentar lo primitivo en la naturaleza humana. Él llevaba dentro
su propio Tahití".
26 junio 2015
Sumisión
"... se siente nostalgia de un lugar simplemente porque uno ha vivido allí, poco importa si bien o mal, el pasado siempre es bonito, y también el futuro, sólo duele el presente y cargamos con él con un absceso de sufrimiento que nos acompaña entre dos infinitos de apacible felicidad. "
Michel Houellebecq, Sumisión, Anagrama, pág. 250.
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06 marzo 2014
LEOPOLDO MARÍA PANERO
Entrevista que los responsables del fanzine Camisa de Fuerza nos cedieron para nuestro Nº 25 de 2001.
07 septiembre 2013
JACK PARSONS. THE DARK SIDE OF THE MOON
Mr. Parsons y su historia podrían perfectamente servir, si
no lo han hecho ya, de relleno de uno de estos programas de los canales de la
TDT como Explora o Discovery MAX de divulgación para dummies, como “Macabro, pero
cierto”, “Mega Construcciones” o “Ciencia divertida”, que mezclan la historia,
la técnica y los detalles morbosos con puestas en escenas de tercera categoría.
Yo, para no ser menos, voy a presentarles al científico y ocultista a quien ya hemos
mencionado en algunas ocasiones en el fanzine, cuando repasamos, en el comienzo
de nuestra también muy pintoresca biografía, las hazañas de nuestro personaje
de cabecera, Aleister Crowley
El caso de Parsons lo tiene todo para que a alguien se le
hubiese ocurrido escribir un guión cinematográfico, siquiera una novela, pero el caso es que, salvo los venerables
RAW y Alan Moore, nadie se ha acordado de él: una rara contradicción, además de ser una notable figura en el mundo del ocultismo norteamericano, fue
una eminencia de la física y la química, clave en la investigación y desarrollo
de los cohetes autopropulsados.
Este año se cumplen sesenta años de su muerte y quiero dejarles
estas notas…
(Próximamente, en Mondo Brutto Nº43)
22 agosto 2013
HOWARD PHILLIPS LOVECRAFT. 20 AGOSTO 1890
Qué mejor manera de celebrar mi exilio y reanimar el blog con una entrada sobre
H.P. Lovecraft, ya que estos días se conmemora su nacimiento, el 20 de agosto
de 1890.
Ningún escritor me ha provocado una impresión tan grande. Michel Houellebecq afirma que el poeta, historiador, investigador
y erudito posee algo que trasciende el mero hecho de la escritura, una cualidad
extraña en su obra que lo hace especialísmo, casi no literario. Para quien no
haya leído a Lovecraft, esta idea puede parecer una exageración, pero una vez hundido
en su universo complejo y caótico, asentado sobre categorías imposibles, desafíos
a la ciencia y la lógica, y habiéndose dejado llevar por la descripción detallada
y estremecida de un pasado cósmico donde el género humano pintaba poco o más
bien nada, esa planificación literaria incomparable del absurdo existencial y
el miedo, donde no falta un sentido del humor ciertamente peculiar, quedará la duda de si Lovecraft fue aquel
extraordinario personaje, de carácter mucho más amable de como le retratan algunas
biografías, obsesionado con las religiones antiguas, la astronomía y la cultura
victoriana, o si fue en realidad un visionario, un artista poseído por el espíritu
de algo que duerme agazapado en lo más primitivo de nuestros cerebros de reptil.
Quizá un médium, vestigio de sus ilustres antepasados, que tuvo la capacidad de
mirar donde no se atreve nadie, mucho más allá de los límites de nuestra
conciencia, y contempló algo distinto, maravilloso en su diferencia, pero inconcebible
por nuestras mentes débiles y vanas.
Solo un carácter como el de Lovecraft, personalidad
solitaria, cerebro prodigioso acostumbrado a la ensoñación, a vagar por los
bosques y las calles de Providence buscando contacto con los espíritus y las
estrellas, mucho más interesantes en su apreciación que la compañía de los
seres humanos, podía desarrollar un cuerpo literario de tal calibre. En el
espejo negro de sus mundos, fríos, lejanos e indiferentes, se ha visto
reflejada y absorbida una legión de lectores, la cual comparte como L. el
extrañamiento del ser y el estar, incapaz de entender el sufrimiento que no
apacigua todo el desarrollo científico y los avances tecnológicos de este mundo.
Más al contrario, desvela, como le sucedió a Lovecraft y a un grupo destacado
de artistas y pensadores de su época, una sensación de orfandad frente al
universo, por la certidumbre, esta vez con cifras y datos mensurables, de que
no hay nada en nosotros ni fuera más allá de la muerte. Entonces queda una
única respuesta: acudir a las regiones del sueño, a las simas del océano o al
espacio profundo, a las dimensiones desconocidas para desafiar el temor y el
temblor.
Yo no debía tener más de catorce o quince años cuando leí
por primera vez los Mitos de Cthulhu, en la edición de Alianza. Poco después,
tuve en mis manos La Sombra sobre Innsmouth, de la magnífica colección Libro
Amigo de Bruguera y varias antologías de relatos de terror, en Acervo y Labor. Encontré
que los cuentos góticos del joven Lovecraft tenían puntos en común con el
ideario romántico de Edgar Allan Poe, estaban construidos siguiendo el patrón
del maestro del relato (los cuentos de detectives, las aventuras) pero en estos, la hipersensibilidad de Poe ante
los efectos de la belleza o el miedo, y la eterna sublimación del amor eran
sustituidas por unas circunstancias que transformaban el terror del XIX en una
máquina de nuestros días, implacable, sin rostro y sin alma. Lovecraft no quería
regodearse en sus sentimientos, simplemente ofrece la visión, diseccionada
racional y fríamente como en un libro de matemáticas, de las posibles
ecuaciones de sus pesadillas para encontrar explicación a lo que no se puede abarcar con el lenguaje. Insisto, con un humor soterrado que convierte a Lovecraft en
un artista más actual que cualquier fenómeno de moda post, y que abre la puerta a un miedo no cotidiano,
que se apodera de sus protagonistas desde lugares muy lejanos al crimen,
el dolor, las pasiones o los fantasmas clásicos, elementos insignificantes en
el concierto cósmico. Son relatos como “El Templo”, “Los Gatos de Ulthar”, “El
grabado en la casa”, “Herbert West, reanimador”, “Las Ratas en las paredes”,
“En la cripta”, “El caso de Charles Dexter Ward”, donde se mezcla el horror
tradicional con la violencia de Ambrose Bierce, hay incursiones en la ciencia y la
tecnología como espacio para el estremecimiento (una pre Nueva Carne), y las
aventuras del personaje solitario acosado por horrores sin cuento, siempre con
la obsesión de encontrar la clave en los textos antiguos de magia y los ritos
paganos, en una clara transposición del propio Lovecraft. Son especialmente
notables sus textos localizados en el antiguo Egipto, donde desarrolla historias
de terror con los dioses y los templos antiguos: “Encerrado con los faraones” o
“Nyarlathotep”.
Pero es en los relatos del Lovecraft con treinta años hasta
su muerte prematura donde alcanza la perfección. Los que abren el Necronomicón
para nosotros, nos muestran los horrores del asilo de Arkham, el misterio de la
universidad de Miskatonic y los pueblos donde acechan maldiciones de miles de
años y razas innombrables que dan culto a seres que no pueden ser siquiera
descritos. Es el ambiente inhumano, absurdo, lleno de alusiones ocultistas y
profundamente descreído, irónico hasta la crueldad, lo que sigue fascinando en
las páginas de obras como La Sombra sobre Innsmouth, El horror de Dunwich, El
susurrador en la oscuridad, El color surgido del espacio o el Morador de las
Tinieblas y que han inspirado a miles de artistas hasta hoy. Tiene Lovecraft algunos libros que me acompañarán siempre, por la
fuerza de sus imágenes y la carga de verdad absoluta que atesoran en su
ensoñación irracional, como En las montañas de la locura, En la noche de los
tiempos o el Modelo de Pickman.
La obra de Lovecraft conserva valiosas enseñanzas para mí,
que se resumen en estas tres:
1) No
eres tan lista como te crees.
2) Estás
sola.
3) Hay
algo más grande, más poderoso y posiblemente más malvado que todos los
individuos de este planeta.
Tiene que haberlo.
Etiquetas:
Aislamiento,
Exilio,
Horror Cósmico,
Lovecraft
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