03 febrero 2016

LA REGLA, REVISITADA

(En 2004, publiqué este texto en el Nº 31 de Mondo Brutto, el Especial Punk. Todos nos comprometimos a escribir artículos de no más de tres páginas para seguir el espíritu. Este es uno de mis favoritos, y veo que, 12 años después, ya se ha como normalizado hablar de este tema en revistas de tendencias para la juventud).

SANGRE Y ÓVULOS. LA REGLA, REVISITADA.
                                                                 
                                                                 

   Los aficionados a la cultura popular coinciden en ser Grandes Maestros de temáticas adolescentes. La disciplina (¿) que estudia y disecciona los humores, secreciones y excrecencias del cuerpo humano es una de las más celebradas por la mayoría de estas personas, por lo del retardo emocional y la incapacidad de superar la fase anal de conducta. Internet tampoco ha ayudado a mejorar esta deficiencia. Se pueden visitar millones de sitios, desde Carolina del Norte al cinturón de Parla, repletos de bromas, películas, poemas, tebeos sobre el moco, el grano, el esperma, el cerumen, la caca, el sudor… y cosas mucho más raras. Pero hay un fluido que, pese a tener todos los ingredientes para ser el más popular por su belleza plástica y el más chistoso, al estar íntimamente unido con las funciones reproductoras, apenas sale en ningún sitio y cuando lo hace, es como asunto de enfermos. Sí, la sangre mezclada con los restos de la ovulación, fuera del contexto de los efectos especiales y las películas de vampiros, increíblemente no es plato de gusto para el aficionado estándar. Se recomienda la visita al Museo de la Menstruación, portal dedicado a todo lo relacionado con el fenómeno, desde una óptica masculina ciertamente tensa y sudorosa (www.mum.org). También hay páginas porno donde se pueden admirar pics de señoritas insertándose tampones en posturas lascivas, y algunos lugares donde se venera, desde un pornogótico semifino, las maravillas de los apósitos y compresas ensangrentadas, pero casi parece algo de fetichismo extremo, más para personas de gustos extraños (“Mmmmm, me gusta el `ketchup´ con las patatas fritas”), que para el consumidor habitual de estos productos.
   El menstruo es el gran desconocido, el fluido más injustamente tratado, relegado a la clandestinidad por los mismos que se mueren de risa con los chistes escatológicos de “South Park”. Este desprecio de la menstruación lo convierte en el fenómeno corporal humano más underground, si exceptuamos, claro está, enfermedades como el cáncer y el SIDA, y las campañas publicitarias empeñadas en convertirlo en lo que no es ni puede ser, porque además es imposible. La regla es un proceso de eliminación de residuos, pero más asqueroso y desagradable a los ojos masculinos que la más horrenda de las deposiciones. Siempre me he preguntado las razones de este olvido y no logro explicármelo, salvo si recurro a las teorías del tabú, el miedo a las mujeres y el extraordinario machismo en esta fase de cosificación femenina, que rodea a la cultura pop desde los ultraconservadores noventa. Pero como estas páginas están dedicadas al punk, lugar y época donde las mujeres, por primera y casi última vez, consiguieron estar peer to peer con sus compañeros, pues hablemos de óvulos no fertilizados.
  Seguro que nunca han visto a una mujer ir al baño de un bar o restaurante con un tampón o compresa en la mano, así como quien va con un cubata, el cigarrito o la papelina de droga. Se va cargada con el bolso, porque además de los reparos higiénicos hacia los baños, las mujeres sabemos que eso da auténtica repulsión a los demás, incluso a las otras mujeres.  Existe una obsesión enfermiza por evitar el más leve olor a sangre, y mucha gente aún considera que la regla es como una especie de letra escarlata en la frente, un momento maldito en el que la mujer se convierte en intocable, una Carrie de S. King que no sólo puede agriar la leche o estropear la comida sino traer la desgracia a quien se cruce en su camino. Mi abuela reprendía a mi madre por permitir que me bañara en casa, ya no digamos en la piscina, mientras seguía utilizando, entrados los años ochenta y ante la bronca general de sus hijas, unos paños blancos que lavaba con lejía en el más absoluto de los secretos.


  La regla hace a la mujer un ser sucio e indigno. Jesucristo abronca a sus discípulos porque una mujer que padece de metrorragia le toca, y se supone que por culpa de eso le quita parte de su poder omnipotente, aunque luego la caprichosa y enigmática superestrella lo arregla curando a la señora de su enfermedad. Del fluido menstrual, durante siglos se dijo que poseía un fuerte veneno, la llamada menotoxina, que era capaz de fulminar rebaños enteros de ganado con sus pastores y aparceros incluidos.  Entre estas consideraciones del pasado, que aunque sean muy del pasado, permanecen fuertemente enraizadas en el inconsciente colectivo, (busquen en su interior y hallarán la verdad, ellas y ellos),  se ha querido ir al otro extremo del tratamiento, en cuanto a propaganda y promociones de productos “para esos días”, aprovechando el boom de las señoras como consumidoras de primera clase. Una imaginaria y muy sui generis vindicación femenina desde el espectro neoliberal más repugnante se utiliza para vender cositas exclusivas para la mujer y su universo: podemos contemplar a la Chica Agresiva, a la Mujer Trabajadora pero Arreglada, la cual, mientras pilota un cohete o se tira en paracaídas, se depila la ingle con una maquinilla ultra-tech. Y que, a simple vista, parece siempre la misma persona, pero no por la cosa de la uniformización ultrajante de las mujeres, sino por lo guapa y requetebonita que sale en las fotos. Ahora parece que gracias a los adelantos de la ciencia, con una compresa "ultra dry" de capas de absorción de flujo de color azul (¿azul?, pero estas cosas, ¿para quiénes van dirigidas? ¿Para seres femeninos de otra galaxia?), la mujer va y sale a la calle como unas campanillas, alegre y feliz de estar chorreando. Como en mi favorito, el anuncio donde una tía como etérea y semiflotando salía de compras y, mientras veía escaparates, concretamente unos zapatos carísimos, ni se acordaba que tenía el mes y estaba orgullosa de su condición de portadora de compresas con alas y de consumidora de zapatos. O sea, de mujer. De guapa mujer consumidora de cosas caras, que es lo que define a una mujer moderna como debe ser, y no de otra manera. Otra campaña muy señalada fue la de aquellas niñas ligeras, primorosas, vestidas como de Agatha Ruiz de la Prada, en un bosque de cuento; así, sin bichos, ni barro, donde se preguntaban, entre risas, saltitos y cuchicheos, a qué olían las cosas que no se pueden oler, dando a entender que una tía con la regla se pone una compresa EVAX absorbeolores y ya está, tan limpita. Vamos, como si además de para la regla, pudieran servir también como ambientador para el coche. Por no hablar del precio de estos artículos, que más se parecen al de un cosmético que al de un objeto de droguería o medicamento de uso frecuente. Más de una revuelta social han provocado los impuestos sobre compresas y tampones, como aquel motín de hace pocos años en Australia contra la subida de precios de estos productos, que encabezaron Las Vengadoras Sangrientas, vestidas con capas rojas, quienes empapelaron con apósitos higiénicos el edificio del gobierno y sostenían pancartas con la leyenda “Yo Sangro, Yo Voto”…
   A mí nunca se me apareció una señora-metáfora de la regla, ni yo la vacilé con chulería, cuando quiso celebrar una fiesta y tirar confetti, como en el anuncio. Aunque estuve esperando con ansia, no he padecido aún el SST, una enfermedad impresionante con la que se amenaza al usar Tampax… Tampoco me sentí diferente, como en el spot estilo Summers de tampones Amira, “Ya soy Mujer” (¿qué somos antes? ¿Hermafroditas? ¿Seres de Ummo? Simone de Beauvoir tenía una bonita teoría sobre este cambio espectacular de niña a mujer por unos decilitros de sangre, de la supuesta “a la felicidad de la fémina por el flujo”, en cuanto se desencadena la menarquía). Nunca pensé que fuera de buen rollo, ni limpio, ni moderno, llevar compresas, así como tampoco entendía lo de aquella campaña de los tampones en los que una pija salía montando a caballo, por obvias razones.  Lo que recuerdo son aquellas angustiosas mañanas en el colegio, sintiendo cómo se empapaba la falda del uniforme, anudándome el jersei a la cintura y corriendo hacia casa con la sangre resbalando por las piernas. O una vez, ya de jovencita, poniendo un servicio del Wendy de Plaza España pringado de sangre y aireando las bragas y la falda en el secador de manos, tras haberlas lavado. Recuerdo el cursillo sobre la regla que nos dieron en el colegio, a cargo de la empresa O.B., y cómo nos daban muestras de prototampones, ante la rotura de las monjas, cuando las simpáticas comerciales aseguraban, diciéndolo muchas veces, una y otra vez, que “usar tampones no significaba que una niña perdiera la virginidad”, ante las risas nerviosas y culpables de las de 7º y 8º. Si cierro los ojos, aún veo cómo un tampón de alguna de mis amigas iba a parar a un plato de patatas bravas, siendo mojado en la salsa y lanzado al pinball del bar La Cresta, donde jugaban unos macarras, que casi se echan a llorar del susto. A más de uno y a más de dos conocidos he visto yo hacer el indio con unos tampones a modo de pendientes, fabricándose una falda con compresas para Carnaval, quizá para ahuyentar el miedo que les provoca este proceso. Ya saben, el mecanismo primitivo de conjurar el Mal con una fiesta, el “quien canta, su mal espanta” (en la web del Museo de la Menstruación hay muchos ejemplos de esto que les cuento, del estilo del bandarra que se pone unas tetas de plástico, etc.). O todos esos chistes chuscos sobre compresas con alas y demás (“¿Qué se hace con los tampones usados? Chicle para vampiros…”). Quizá pocos de estos cachondos saben que el apetito sexual femenino (que es una cosa que existe) se sensibiliza mucho durante esos días. Sí, es una apreciación subjetiva, pero corroborada por otros testimonios. Como el de una pariente, que de pequeña acostumbraba a pegar sus tampones – usados – contra el techo de la cocina de la abuela, en una interpretación punk y bárbara de las pelotillas de papel que los críos lanzan y pegan contra el techo de la clase…
Junto a las excelencias de pasar los días del periodo flotando entre compresas, risas, novios gilipollas que te miman con una tableta de chocolate y tampones high tech, se lleva mucho una campaña soterrada de meter miedo a las mujeres: si ahora ya es un poco más difícil con lo del castigo divino y la impureza, en su lugar, se hace con la ciencia: de repente, se han inventado una cosa llamada SPM, o sea, “Síndrome Premenstrual”, que consiste en hacer culpable a la regla de todos los desórdenes emocionales y físicos que una mujer padece a lo largo de cada mes, o sea, de su vida cotidiana: desde crisis de ansiedad a retención de líquidos. Si bien, parte de estos síntomas (la hinchazón, dolor de riñones, mal humor, etc.) son comunes a casi todas las mujeres durante la regla, una no sabe hasta qué punto no serán sino la consecuencia, pero no el cuadro clínico de una especie de enfermedad mental misteriosa que intenta convertir otra vez a la mujer en la histérica de los tiempos antiguos. Porque, y esto es lo más grande, las autoridades médicas ya han decidido que lo mejor para que una chica pase mejor su síndrome, su menstruación y su post síndrome, es tomar unas pastillitas de Sarafem (atención al nombre) que no es, ni más ni menos, que nuestro viejo amigo el bloody Prozac (perdón por el chiste).  Lástima que el prozac curalotodo no sirva para nada, y mucho menos cuando una tiene una disfunción horrible que hace que la regla sea como si te estuvieran apuñalando durante horas en la tripa, te den calambres y no puedas andar. O se junte una diarrea galopante con el sangrado, y al final te tengan que hacer una histeroscopia y hurgarte con un microscopio escáner dotado de pinzas, para arrancarte pólipos o quistes de formas caprichosas, mientras tú lo estás viendo todo.



En el mundo occidental donde se necesitan mujeres guapas, delgadas y ricas, la menstruación comienza a ser una molestia. Ya no sólo para los hombres, que lo ven horrible, sino para las propias mujeres, convencidas de que es una pérdida de tiempo tener que preocuparse de sangrar desde los once o doce años hasta los cincuenta, aproximadamente. Yo estoy segura de que existen personas como Britney Spears, y una lista selecta de modelos y actrices a quienes han suprimido, por ingeniería médica, sus periodos. Una amenorrea para pijas y supermujeres, que debe estar a punto de comercializarse a nivel masivo, para que así, cualquier triunfadora y con ganas de darlo todo, pueda prescindir de semejante pringue, con una operación indolora en su clínica de belleza habitual. En el resto de los casos, la menopausia y sus vistosos efectos sigue siendo la única solución, (así ahora ya se pueden seguir utilizando, hasta que te mueras, las compresas gigantes de Tena Lady, o el pañal para viejas). O, y esta es la que más me gusta, cuando te suelta tu madre o alguna amiga o amigo, “Pero esto se te pasa enseguida en cuanto te quedes embarazada. Ya veras qué bien, todos los males de la regla se acabaron. Bueno, a lo mejor te salen almorranas, y tienes que estar sentada en un flotador un tiempo,  pero ya se te pasó lo peor, Y además, eso es lo que tienes que hacer”. Lo del milagro, la maravilla, lo bueno, lo extraordinario, lo que te aporta como ser humano y como adulto, y toda esa mierda de la maternidad quizá mejor lo dejo para otro número. Como una artista underground le contestó a un cantamañanas del rock, cuando éste le preguntó que cuándo iban a tener hijos: “Cuando, tú, motherfucker, quieras cagar una sandía”. Pero esto ya no es un tema punk. Dios maldijo a la mujer con el parto, pero no con la regla. If you want blood… you got it.

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