05 octubre 2015

EDVARD MUNCH, EL CIELO SE ESTÁ VINIENDO ABAJO


El Museo Thyssen recibe la primera exposición de Munch desde la de los ochenta:
http://www.museothyssen.org/thyssen/ficha_artista/425

Este es un fragmento de mi artículo sobre el pintor, que publiqué en MB Nº 33:






NOCHE ETERNA Y PASIÓN

"Mi arte está enraizado en una única reflexión: ¿Por qué no soy como los demás? ¿Por qué había una maldición en mi casa? ¿Por qué vine a este mundo sin elección alguna? Mi arte da sentido a mi vida".
El artista.

"Él pinta cosas, o más bien las ve, de forma diferente al resto de los artistas. Él sólo ve lo que es esencial y no es necesario decir que eso es también lo que pinta… Esto es lo que le pone a Munch un paso más allá de su generación, simplemente, sabía cómo reflejar lo que sentía…".
André Breton.

Un hombre de físico y psique frágil. Melancolía, síndrome neurótico-depresivo, fobia social, agorafobia. Trastornos de la personalidad. Alcoholismo. Criado en un ambiente muy religioso. Incomprensión social.  Un artista hipersensible que intenta dar salida a semejante panorama: ese es Munch. Y estos son sus cuadros.


Como pintor, Munch es un Maestro. Único por su dominio de la técnica. Único por sus temas. No es el pintor que va superando etapas y cambia de estilo constantemente, quizá en un afán de alcanzar lo inalcanzable o de ser más famoso. Los temas de Munch son siempre los mismos. La actitud, exacta y uniforme. Y a la hora de pintar, un virtuoso.

Además de lo apesadumbrado de su conflictivo yo, Munch se debate en un duelo por recoger también la luz mágica del mundo nórdico. Su pintura es reflejo del ritmo cósmico, de la alternancia del solsticio de verano/ solsticio de invierno, día/noche, cuerpo/alma. No hay etapas o cambios de estilo, ni giros bruscos en esta obra, son más de sesenta años pintando una compleja personalidad, con una marca única y prodigiosa.

Los temas se repiten de manera imperturbable. También hay repeticiones del mismo cuadro o motivo. En realidad, todo el corpus de su obra puede titularse "El Friso de la Vida", unas veces absoluta expresión de ansiedad (como en La Danza de la Vida, un tema recurrente en otros contemporáneos suyos como Mahler o Bergman), otras de un pathos más enternecido por la propia pesadumbre.

"La gente se va a dar cuenta de que es algo casi sagrado y se va a quitar el sombrero como si estuviera en una iglesia".


Munch no se ve a sí mismo como un héroe romántico, extravagante iluminado, rompe moldes o fenómeno de la vanguardia: es, como artista, un testigo espiritual del sentido de la vida. Pero tampoco hay autocompasión en este trabajo, nada más lejos de la autoconmiseración que los escritos autobiográficos y su posterior plasmación en pintura.

El escritor Octavio Paz habla sobre Munch en su artículo "La Dama y el Esqueleto", aludiendo a los dos temas casi únicos en la obra: Amor y Muerte. Expresa, como nos ha pasado a todos los que hemos visto sus cuadros, esa atracción irresistible hacia el abismo. Los hombres antiguos se habrían muerto del susto, pero los cansados y decadentes humanos de hoy nos vemos como en un espejo, se nos abre una grieta desde la boca hasta las entrañas más profundas. "La unidad de su estilo fue el resultado de una fatalidad personal: no una elección estética, sino un destino. Pero un destino libremente aceptado". Como un profeta o apóstol.



Que la enorme producción de Munch sea uniforme y coherente, repetitiva incluso, no significa en absoluto que Munch tuviera poca pericia a la hora de pintar. Todo lo contrario, si sus temas son recurrentes, las técnicas en las que se muestran son muy variadas y realizadas con un gran dominio. ¿Han estado cerca de algún cuadro suyo? Yo vi algunos en una exposición en los ochenta en Madrid, y resultaban impresionantes: los trazos habían sido elaborados tan minuciosamente, que una capa gruesa de pintura sobresalía del plano del lienzo. Retoques de color, bordes repetidos enfermizamente, trazos vigorosos, toda la fuerza que no poseía en la vida diaria, el débil y achacoso Munch la vaciaba en sus pinturas. Son pinturas poderosas, que provocan reacciones sinestésicas, que miran en el interior de un ser humano desarmado por el Amor, la Soledad y la Muerte. Conceptos antiguos, viejos, feos incluso, que han dejado de ser importantes.


Una de sus primeras obras, "La Niña Enferma", es como una fotografía "psíquica" de la muerte de su hermana. Por aquella época estaba muy de moda pintar cuadros con gente enferma en una cama. El otro cuadro, muy parecido, "Muerte en la Alcoba", tiene a toda la familia Munch retratada, pero en la fecha de la pintura, no cuando Sophie murió, como si la Parca hubiese permanecido entre ellos, y estos se hubiesen quedado suspendidos, congelados, por el dolor. El muro verde del fondo, que simboliza la enfermedad (lo verde tiene en muchas ocasiones ese sentido de muerte o desgracia). Las líneas naranjas que reflejan la escena como si fuera una imagen teatral. Y las líneas negras y grises, mezcladas con los colores chillones, la tensión y la ansiedad...


El tema resumen de estos asuntos tan poco de actualidad es uno todavía más lejano en la Historia y el Tiempo: simplemente, El Hombre, enajenado, exaltado o abatido. Siempre "Bajo la Rueda" (qué munchiana es esa novela). Arriba o Abajo. El determinismo biológico de la época sustenta esa idea de la predestinación, unida a unos problemas espirituales muy de su tierra. Esa infancia marcada por la muerte y la locura, su creencia supersticiosa en la herencia por las mismas razones, la sombra de Romanovich Raskolnikov, el alcoholismo galopante ("El Día Después"), los amores crueles, el pesimismo de Strindberg, la comprensión profunda, reverencial y optimista de la naturaleza (los paisajes, los niños, las mujeres, en cierto sentido) y el horror y pavor a la civilización y al ser humano. La obra sería un compendio imposible - en otro caso que no fuera Munch -, de Realismo (Simbolismo), Transrealidad (Expresionismo) y Surrealismo, que también está presente, en esos cuadros nocturnos, sobre sueño, angustia, muerte y erotismo.


En la Rueda, entre la vida y la muerte, también está el dualismo Hombre-Mujer. Aquí la Mujer siempre gana, porque es capaz de dar vida y de matar (bien sentimental o realmente) a su compañero. Un Amor y un concepto de las relaciones amorosas y del objeto amado, siniestro/gótico, diría yo. Las mujeres de Munch, las que vemos en Rose y Amelie, en la Vampira, la niña de Pubertad, la mujer de La Voz o las Madonnas, siempre guardan el mito de las malas, la femme fatal, Lilith o Salomé: la "belle dame sans merci", un ser inaccesible, poderoso, cruel y perverso. Sólo hay que ver en el borde de los grabados de las Madonnas, esos ridículos espermatozoides, y el homúnculo que no puede entrar en el círculo que delimitan los cabellos encrespados de la señora que está como en trance y a punto de sacar los colmillos.

El hombre de Munch, él mismo, siempre es una víctima, sea de una Arpía, de sus congéneres, o de sí mismo. Y sobre todo, siempre está más solo que la una. Sus múltiples autorretratos, muestra de vanidad, pero también de castigo, dan fe de ello, de su aislamiento, su continuo autojuicio y severa disección espiritual (en uno de los primeros autorretratos, se llegó a pintar simulando una calavera, dando a entender que posiblemente sería el primero, y el último). Los de sus últimos años resultan especialmente crueles, porque el pintor no escatima en medios para reflejar su deterioro físico.



Es uno de los primeros, si no el primero, en plasmar la enajenación del hombre en las ciudades modernas. Se ve además cómo este hecho le va afectando, por ejemplo, en las dos variaciones de su cuadro de la calle Karl Johan, hechos uno antes y el otro después de la muerte de su padre: mientras que el primero ("Día de Primavera en Karl Johan") parece hasta amable, podría haber sido firmado perfectamente por cualquier impresionista francés, el segundo, la gente que sale ya ni es feliz ni sonríe. Van en dirección contraria a la figura que representa al propio Munch, que se ve a sí mismo como un outsider de finales del siglo XIX. Ahora son máscaras oscuras que miran al espectador con gesto siniestro, bajo un cielo que da pavor. El miedo a la masa en la gran ciudad, esa masa que te escudriña, pero sin verte siquiera. La idea de esta segunda pintura le vino, cuando, caminando por ese lugar en medio de una turbamulta de paseantes, vio a una mujer que caminaba directamente hacia él, pero que después pasó a su lado de largo. "Me sentí tan solo. Me sentía como si la gente me mirara, todas esas caras extrañas, pálidas en la luz nocturna". Ni Hopper transmite tanto desespero.

Munch quiere reflejar su espíritu y sus tormentos; es como Austin Spare. Pero coincide en el anti-realismo, en un No-Realismo que opta por la visión del sueño, o más bien de las pesadillas, hacia la realidad. También se parece un poco a los dibujos (y grabados, sobre todo) de William Blake. Como ellos, Munch es un "pintor anímico" o "psíquico", que suele pintar su infierno interior, a diferencia de Spare, que quiere pintar el de verdad. Pero los dos intentan reflejar con el color y las líneas las zonas más profundas de la psique. "La cámara fotográfica no podrá competir con el pincel y la paleta, mientras no pueda utilizarse en el cielo y en el infierno". Yo ya no estoy tan segura de esta afirmación…


Final inesperado. La obra de Munch tiene ese sentido radicalmente oscuro, hasta aproximadamente, cuando el pintor cumple los 45 y consigue salir un poco de la depresión crónica. Cuando Munch abandona el alcohol, se encierra a pintar y deja de atormentarse con las mujeres, sus cuadros adquieren paulatinamente mayor vitalidad y un pequeño optimismo. A medida que pasan los años y el siglo XX casi llega a su mitad con él, hay más paisajes fulgurantes, más retratos humanizados y un empleo alegre del color y el movimiento, posiblemente influido por el cine. Cuando el arte ha llegado a su máxima defragmentación, Munch, que ha inventado todo eso mucho antes, vuelve al realismo. Es algo similar, aunque no tan extremo, como el proceso vital-artístico del francés Odilon Redon: de pintar ojos gigantes y arañas aterradoras con caritas humanas, acaba de anciano haciendo murales dedicados al sol. Pues igual. Por suerte, en la vejez, Munch se reconcilió - un poco - consigo mismo.

"Munch supo, ejemplarmente, utilizar la lección de Gauguin, en un sentido muy distinto al fauvinismo… Fiel al estilo de las grandes interrogaciones que marcan sobre las obras de Gauguin y de Van Gogh, nos precipitó en el espectáculo de la vida, en todo lo que este ofrece de locura y perdición"
(André Breton).



Las influencias artísticas del noruego son claras: la poesía y el arte simbolista (retrato de Mallarmé),  la literatura de Dostoievski (la serie La Ruleta es un homenaje al loco Fiodor). Leyó, lógicamente, a Kierkegaard, admiró a Ibsen (hizo carteles para Hedda Glaber, Pierre Gynt y Juan Gabriel Borkman). También le marcó el pensamiento anarquista. Tiene muchos y muy profundos paralelismos con los grandes pintores simbolistas, como Arnold Böcklin, Khnopff, Moreau, Félicien Rops (y sus desvaríos del lado oscuro), o James Ensor (y sus esqueletos). Sin embargo, ninguno de ellos se atrevió a plasmar tanto en sus cuadros su propio yo, su vida y sus tribulaciones, como hizo él. Munch utiliza una serie de elementos simbólicos de forma constante, y todo da a entender que no fueron buscados a propósito, sino que nacen simplemente de la intuición (o del inconsciente) a la hora de pintar: el reflejo de la luna sobre el agua, la línea del horizonte en el mar, las mujeres vestidas en blanco, rojo o negro, y sobre todo, la peculiar mancha de sombra que envuelve a todos los personajes, una sombra negra informe y amenazadora.
Como un tebeo, muchas veces, un rostro en primer plano, casi siempre alucinado o expectante, que o es el propio rostro de Munch o el de un tipo que parece el Cesare de Caligari, mira al espectador, mientras la escena se desarrolla en un plano posterior, como si ésta fuera el bocadillo que representa su pensamiento.  O su alucinación, más bien. En los momentos más críticos, hay varios cuadros donde salen dos figuras, una que camina dirección al espectador, la otra de espaldas, hacia el fondo del cuadro, como si el artista se estuviera volviendo esquizofrénico.


Un arte, por tanto, esencial y primitivo: "No le hace falta viajar a Tahití para ver y experimentar lo primitivo en la naturaleza humana. Él llevaba dentro su propio Tahití".


26 junio 2015

Sumisión




"... se siente nostalgia de un lugar simplemente porque uno ha vivido allí, poco importa si bien o mal, el pasado siempre es bonito, y también el futuro, sólo duele el presente y cargamos con él con un absceso de sufrimiento que nos acompaña entre dos infinitos de apacible felicidad. "
Michel Houellebecq, Sumisión, Anagrama, pág. 250.

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