03 enero 2011

ARTÍCULOS GRACE

Casi quince años han pasado desde que escribí este sentido artículo sobre la Nochevieja. Como estoy de migración informática, voy a aprovechar, mientras salen las cosas nuevas,  para el rescate de algunos textos del principio de MB (algunos inéditos), de mi exitosa carrera como cronista social de problemáticas bizarras, que tantas alegrías me ha dado.



NOCHEVIEJA: LA PESADILLA FINAL

Mondo Brutto, nº 8, Invierno 1996.
Por Grace Morales.

Falta casi un mes para que termine el año. Sin embargo,  ya se ven por todas partes carteles de fiestas al efecto para esa noche "mágica". La gente comienza a pensar en el sitio donde lo celebrarán, qué se pondrán, etc., mientras una pequeña minoría - que incluye a los que hacemos Mondo Brutto…, bueno, a casi todos - se echa a temblar y  reza para que el trago pase pronto y las secuelas esta vez no sean muy graves. Yo, como se le supone a las personas de bien, odio las Navidades, pero lo peor, con mucho, es el fiestorro de Nochevieja. No contentos con desparramar como las bestias todos los fines de semana en bares, discopafes y discotecones,  hemos institucionalizado una juerga horrenda, cuya única finalidad es vestirse como de broma y hacer el anormal, aun más si cabe que las demás noches, pasar frío y levantarse al día siguiente malísimo y muy tarde,  sin poder ver los saltos de esquí que echan en la tele. Las Nocheviejas, por definición, son fiestas en las que es imposible  pasárselo bien, pero haciendo gala de una resistencia al dolor asombrosa, la gente sigue repitiendo. Vamos a ver: ¿Cómo es posible salir de copas y de droga sin freno una noche en la que previamente te has inflado a comer y a beber como un poseído? La gente sale de casa mala y con sueño, y claro,  luego sucede lo que sucede. Pero, vayamos por partes.




La Atroz Pre-Nochevieja.

Mientras las madres preparan las cenas, la gente se reparte en dos grupos: los que se están arreglando desde las 6 de la tarde, haciéndose el cardado y retocándose las patillas para la superfiesta a la que van a ir, y aquellos otros que bien han optado por una fiesta más informal y pasan de maquearse,  o directamente son los bolingas que bajan al bar del bloque para empezar desde bien prontito la celebración. Mientras los primeros se ponen por novena vez el smoking, los segundos brindan sucesivamente por las Navidades, los colegas y lo bien que se lo están pasando.

La Cena Pantagruélica.

Las cenas empiezan a una hora prudencial, porque si no, no da tiempo a comerse los veinte kilos de comida que tu anciana madre ha preparado antes de que den las uvas. Para matar el rato, la televisión ofrece programas especiales en los que las estrellas de cada cadena salen cantando y bailando para bochorno de los espectadores, o bien los humoristas de turno cuentan las mismas paridas. Yo, desde luego, siempre recordaré con cariño aquel desopilante especial nochevieja de la Era Miró que protagonizó Gurruchaga, acompañado de un montón de freaks desatados (Ana Obregon y Senillosa incluidos). Antes de los programas del Dr. Beltrán,  la televisión nunca había alcanzado tales cotas de zafiedad y mal gusto, pero, en este caso, y sin que sirva de precedente, hay que felicitar a los mandos de la tele por emitirlo en fecha tan señalada y apropiada. No volverá a suceder nunca, me temo.
La hora de la cena de Nochevieja es todo un acontecimiento. Siempre suele haber visita de tíos, primos, cuñados, etc. que se amontonan en la mesa familiar, dispuestos a comerse hasta el mantel. El menú consiste en: langostinos, nécoras y otros crustáceos, patas de cordero, codornices al horno, besugos, macedonias de frutas. La bandeja con los turrones que sobraron de Nochebuena y que están pegados al papel de aluminio, donde flotan avellanas en un líquido blanquecino, peladillas, frutas escarchadas, mazapanes y polvorones que pueden provocar asfixia, nueces y castañas a troche y moche... Sin olvidar las cuatro o cinco botellas de vino de Rioja, otras tantas de clarete, y al final, y tras engullir el racimo de uvas, las inevitables copitas de champán Dubois o Freixenet, más las de sidra El Gaitero para los más mayores.



Las Uvas De La Ira.

Este es el momento que todos esperan: la retransmisión de las campanadas. Ahora la cosa se ha diversificado con las privadas, pero antes todo el país seguía como un solo hombre las evoluciones de Joaquín Prats y otra locutora desde la Academia Cyma de la Puerta del Sol,  dando voces entre los petardos de los quintos y los sin casa que se agolpan en aquel lugar. La gente se sigue haciendo un taco con los cuartos de las campanadas, pero no sólo ellos, recordemos el espectáculo que dio la locutora Marisa Naranjo al equivocarse y cantar las campanadas antes de tiempo. Aunque no sé si es peor que las retransmitan Los Morancos... No, es peor que lo hagan Cruz y Raya. Claro que lo de Carmen Sevilla también estuvo hermoso… ¿Y lo de Chiquito de la Calzada del pasado año? Inconmensurable ¡Qué pena que el  Dúo Sacapuntas no fuera aprovechado en su momento de gloria popular para el evento!

El Infernal Programa de Fin de Año.

Tras los besos y efusividades de los parientes, las llamadas telefónicas de los que están en el  pueblo, y los primeros anuncios del año, sigue el programa especial de Nochevieja, que parece diseñado por los responsables del Canal Infernal de "Permanezcan en Sintonía". Presentado por la “señoritamodeloyactriz” de turno y un mazas gilipollas,  quienes para convencer a la audiencia de que todo es muy alegre y están en directo, no hacen más que presentar a gritos a las estrellas musicales: ballets espantosos, que ni siquiera son de Bob Niko, grupos pop rock tipo La Guardia, La Trampa, La Voltereta, cantantes melódicos desfondados, folclóricas a medio disecar, artistas extranjeros que pasaban de promoción, en la línea de Inmaculate Fools o Roxette,  los inevitables y vomitivos flamencos y salseros, etc., en un decorado de sala de fiestas con figurantes ataviados para la ocasión cubiertos de confetti, que nunca he averiguado si realmente cenan de verdad o lo que tienen en las mesas es todo falso.  ¡Y el humor! Echamos de menos a Pajares y Esteso,  vestidos con smoking de pana y haciendo que se emborrachaban a lo largo del especial fin de año de los setenta, que seguro que lo suyo no era de atrezzo. Por lo menos, no era más que un fiel reflejo de la realidad, pero lo de ahora no tiene nombre. De Lusson dando bofetadas a Codeso hemos pasado a ver a cómicos de tercera que ya nunca salen en televisión, salvo esa noche, como Paco Gandía, Félix El Gato, Manolo de Vega y una larga de lista de innombrables.

Unamos el profundo sopor que provoca la cena a la espantosa programación televisiva, y tendremos esos cuadros familiares, con todo el mundo dormido a las 12:20. Para animar y calentar la cosa, el programa de fin de año incluye desde hace tiempo un strip tease realizado torpemente por alguna camarera de whiskería de carretera nacional, pero ni por esas.  Es cuando empiezan las partidas de cartas, dominós, Trivial, pero la estrella es el clásico bingo de mesa, que por unas horas despertará de su letargo a los abuelos. Pero lo peor no ha hecho nada más que empezar.

Vestidos para matar (del susto).

Como si  del Apocalipsis se tratara, una multitud de jóvenes se lanza a la calle  para disfrutar de la Nochevieja. Es difícil describir los atuendos de ellos y ellas sin ofuscación: en realidad, son los mismos que se emplean en bodas y similares reuniones del Mal: vestidos aterciopelados, gasas y tules, rasos a mogollón, conjuntos sin tirantes, plateados y dorados, trajes de caballero que ningún caballero se pondría si lo fuera de verdad, moños, ricitos y demás ridículos peinados, etc. He visto todo tipo de atroces vestimentas esa noche, pero mis favoritos han sido, hasta el momento,  el de un tío que llevaba: un traje color hueso, camisa hawaiana, pantalón de pinzas, zapato imitación castellano - con calcetín blanco -,  y pajarita de cuero rojo, y el de una chica ataviada con un traje de noche largo, color vino, de tela a la que enseguida le salen pelotillas, con incrustaciones de tachuelas brillantes simulando unas aves del paraíso. Completaba su atuendo con una chaqueta de punto de rayas blancas y negras, creando un efecto inolvidable. Por propia experiencia personal, la vestimenta para Nochevieja debe ser todo terreno. Es preferible llevar lo más sufrido del vestuario, porque siempre te acaban volcando media docena de cubatas encima, cuando no tienes la mala pata de que alguna/o te vomite sobre el vestido de raso, o resbales en un lodazal de confeti y champán. Sin duda, recomiendo un práctico mono de trabajo o el chandal de táctel del Pryca. 



Y... ¿Ahonde Vamos?

La fiesta de Nochevieja admite todo tipo de perversas combinaciones. El genio maligno no conoce límites a la hora de planear jolgorios de fin de año. Estos son algunos de los que hemos sufrido personalmente o por testimonios de afectados:

La Fiestorra En Casa.

Quedan atrás aquellas Nocheviejas en las que los niños del bloque nos bajábamos al trastero donde se guardaban las bicis, a tirar petardos como descosidos,  mientras los vecinos arrojaban objetos contundentes por el hueco de la escalera, descalabrando a una servidora. Todos hemos tenido la oportunidad de ir a celebrar el fin de año a casa de algún amigo, conocido, o incluso desconocido, porque está muy extendida esa noche la costumbre de presentarse en la keli de alguien a quien ni siquiera se conoce, pero que es colega de uno que ni siquiera va contigo. Pues nada, lo de siempre: la típica fiesta doméstica, pero con los asistentes vestidos que da pánico, y más borrachos de lo normal. Las figuras clásicas no faltan: el pesado, el cachondo, la novia del anfitrión completamente cocida, que monta el espectáculo para vergüenza de su pareja, el infeliz que se lleva sus discos más selectos y acaba perdiéndolos, las amigas que terminan llorando o a bofetadas, los novios que se meten en la cocina o en el servicio y no salen, los padres que aparecen, el abuelo sentado en un butacón que no se entera de nada, etc., pero todo esto adornado con drogas de broma, serpentinas, matasuegras y un sonido atronador de la cadena, o de la radio, porque en Nochevieja hacen programas non stop de éxitos musicales, desde "Pata Pata" a "Mi Novio se ha ido a Hawai". Siempre acaban con todo el mundo dormido, pringados de chocolate Paladín a la taza, o en el mejor de los casos, con aparición de la ley, alertada por los vecinos. No me creerán, pero la mejor fue una en la que la concurrencia estaba tan intoxicada, que no se percató de la presencia de una banda de cacos,  que desvalijaron el piso ante el aplauso general.

¡A desparramar a la calle!

Inasequibles al desaliento y a la helada nocturna, hay muchos que pasan la Nochevieja yendo de bar en bar, o directamente en la calle, provistos de bidones de cerveza y whisky,  ante una chasca improvisada. Grupos tambaleantes de gente que no se decidió a comprar la entrada para la fiesta del barrio, recorren las calles como si de unos nuevos José y María se tratara, tratando de encontrar un sitio donde les permitan beber y estar calentitos. Los pubs y bares hacen su agosto, poniendo las copas a precios desorbitados y entradas disuasorias, pero esto no impide que la gente se agolpe en las puertas del pub al que van siempre rogando para que les dejen entrar, como si les fuera la vida en ello. Una vez dentro, el panorama es el mismo, sólo que decorado de Navidad y con canciones de los discos "Disco Fiesta" y "Grandes Éxitos de La Tuna". Los colegas se abrazan y se felicitan la Nochevieja unas doscientas veces, mientras las botellas de cava se estampan contra el suelo. Después de tanto trasiego, hay dos modalidades de festejador de la Nochevieja en la calle: el que se queda dormido en un butacón del garito,  mientras los amigos le decoran con espumillón y bolas de Navidad, y el que vomita en la barra, cosa que aprovechan los graciosos para averiguar cuál ha sido el menú en su casa: "Mirad, este ha comido chorizo, nueces, tortilla..."
La mayoría de este gentío suele encaminarse a la zona de marcha en Metro (digno de un estudio sociológico el aspecto de los vagones esa noche a las 12 y media), pero hay toreros que no dudan en sacar el coche, organizando esa noche el atasco más monumental del año. Y claro, se suceden todo tipo de golpes y choques en cadena. Lo bonito es cuando se bajan del coche los conductores, completamente ebrios, y sus acompañantes, ebrios también: conversaciones ininteligibles, imposibilidad de escribir el nombre de uno en el parte, etc.

La Fiesta En La Discoteca Alquilada Al Efecto.

Los amigos más formales y con novia prefieren una Nochevieja recogida y con un toque de estilo. (Le llamo estilo a ir con el traje de lanilla, fajín a juego, pelo engominado y vestido de lycra con moño, por supuesto).  Para ellos, existen esas fiestas que organizan los delegados del club cultural del bloque en una discoteca que está en horas bajas,  o en  su defecto,  en el salón de bodas de turno. Allí se da cita toda la pandilla de amigos funcionarios, compañeros del taller y de la obra, con sus respectivas, hermanas, primas y hasta alguna madre.  Es aquí donde se ven los trajes y vestidos más horripilantes, la música más infame, los bailes más ridículos y  donde la gente se aburre más, aunque me temo que éstos se aburren en todas partes, todos los días del año. El punto álgido se produce cuando suenan las sevillanas, y las maris y los gañanes se lanzan a la pista a hacer aspavientos. Lo peor: los inevitables e imaginarios sorteos de viajes a Mallorca o a Benidorm, con todo el mundo pegándose por encontrar sus boletos.

La Macrojuerga En El Polideportivo.
Siendo la más reciente, es la que más adeptos ha cosechado entre nosotros. Era de esperar: ¿quién se puede resistir a pasar la Nochevieja en un local inmenso, rodeado de cientos de botarates y un sonido ensordecedor? Los astutos empresarios conocen los gustos de  la gente y saben que aquí todo el mundo se pirra por los borregueros sin salida de humos ni de emergencia, y las concentraciones masivas de idiotas. Desde luego, no deja de tener su gracia pagar un disparate de dinero por pasar la noche en el Pabellón del Real Madrid o en la Cancha de  Pelota Vasca de Getafe. Salvo hace unos años, y en el Frontón de Madrid, del que fuimos expulsados más o menos violentamente (unos novios, completamente cocidos, la emprendieron a golpes el uno con la otra),  confieso que nunca he estado en un tumulto de estas características, pero los que lo han vivido me hablan de colas de media hora para pedir el combinado de importación, guardias jurados que a punto están de hacer fuego contra los invitados, pistas de futbito repletas de gente dando saltos e imposibilidad de entenderse los unos con los otros, mientras un sujeto vestido de DJ anima el cotarro, con consignas como: "Los del guardarropa, dejen de agolparse, ¡que van a tirar el tenderete!". Ah, mucha gente pierde los abrigos, capas y zapatos en estas concentraciones. O van los cacos, y los roban.

La Cena-Espectáculo.

Todo vale: desde ir a ver a Olga Ramos o a las vedettes del Meliá Castilla. Hay otros que prefieren una revista, en la que a las doce, Pedro Osinaga y Lina Morgan detienen la función y brindan por el año nuevo. Como en todas las demás, no falta nunca la bolsa de cotillón, un envoltorio de colorines que incluye: las serpentinas, el confeti, el collar hawaiano, el matasuegras, la trompeta, el antifaz, las gafas y la nariz de broma. Estos adminículos son, sin duda, lo mejor de la Nochevieja, aunque no están muy bien vistos, porque la gente dice que, atención,  son muy horteras,  por eso mismo recomiendo encarecidamente hacer uso de todos ellos, para fastidiar a los demás. Las cenas-espectáculo tampoco son del agrado de la mayoría, prueba de ello es la bronca monumental que a nosotros nos echaron por querer meternos en una de ellas: "Pero... ¡Vosotros estáis gilipollas, si a esos sitios sólo van viejos y es un muermo! ¡Vámonos a Cerebro!".



La Nochevieja en el Pueblo.

Son muchos los que se trasladan en navidades a su pueblo y allí, cómo no, también hay jolgorio de fin de año. La triste realidad es que sigue siendo lo mismo, pero con menos gente. La discoteca de la pedanía se engalana y los mozos y mozas bailan al ritmo de Amistades Peligrosas, Whitney Houston y Bom Bom Chip, entre niños que corretean por la pista y abuelos dormidos. Un redactor de Mondo Brutto me ha hablado de celebraciones salvajes en pueblos,  en los que, al estilo de la Puerta del Sol en Madrid, los mozos se dedican al lanzamiento de botellas de sidra contra el edificio del Ayuntamiento, pero mi experiencia en esta modalidad ha sido de lo más tranquila y sin ningún sobresalto. Vamos, que no he acabado en el pilón.

Destruction Party.

He dejado para el final un tipo de fin de año memorable. Como es lógico, la picaresca llega a límites insospechados en estas fiestas y algo muy común es que vayas a una fiesta - tras haber pagado ni se sabe de dinero - en la que no haya ni bebidas, ni música y, a veces,  ni local. Recuerdo una con mucho cariño: todo el barrio decidió ir a pasar la nochevieja en una discoteca situada en un polígono industrial. Unas 150 personas entraron y se quedaron en la calle otras doscientas - con entrada pagada - que no pudieron acceder al interior, porque había exceso de aforo. Los que estaban dentro se encontraron con que se habían agotado todas las bebidas a la media hora, no había hielo, el  grupo que iba a tocar no existía y eran conminados a abandonar el local por una guardia pretoriana de modales carcelarios. Ante el panorama, se produjo una revuelta popular, y el público se dedicó a destrozar la discoteca, al grito de: "¡Sus os vais a enterar!". El mobiliario quedó reducido a escombros, los cristales y vidrieras volaban por los aires, moqueta y papeles pintados fueron arrancados de cuajo y, como colofón, el billar fue arrojado por las escaleras, acabando en la calle, mientras los que estaban fuera tiraban todo tipo de objetos y los de dentro se llevaban las sillas que aún quedaban enteras y el equipo de sonido. Al final, se presentó la policía, y muchos terminaron tomando chocolate con churros en el cuartelillo. El nombre de la discoteca, Equus, quedó para siempre como “Atraccus”. ¡Esto sí que es un fin de año y lo demás son tonterías!.             

Consejos Prácticos Para Reventar La Fiesta De Nochevieja:

- Llevar botellas de Cynar y de Calisay a una fiesta en el domicilio. Los demás se morirán de pena.
- Vestirse con el atuendo equivocado, o sea el mono y el chandal. Y, muy importante, ponerse todos los accesorios de la bolsa de cotillón, desde el gorrito a las gafas de broma. Los guardias jurados del polideportivo os invitarán a que os marchéis.
- Desenchufar los cables del mafle o fundir los plomos de la sala.
- Lanzar explosivos a la pista.
- Echar somníferos en las bebidas.
- Verter aceite en el suelo.
- Contratar como músicos a Tercera Guerra Mundial,  si la fiesta es de gente fina, o a la Orquesta Burbujas,  si la fiesta es de rockeros.
- Irse a dormir después de la cena. Mañana será otro día. Tu estómago, tu cabeza y tu bolsillo te lo agradecerán.

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